Lo primero que me planteo
es de qué ciudadanos hablamos. Doy por sentado que nos referimos a
los de nuestra sociedad occidental, española, donde la esperanza de
vida ronda los 80 años. Dejamos aparte, una vez más, a los
habitantes de aquellos países donde la mayoría no alcanza los
cincuenta: cientos de millones de personas que no tienen derecho ni a
vivir ni a morir dignamente, a pesar de que la declaración de los
derechos humanos pretenda ser universal. No deberíamos perderlos
nunca de vista sino por el contrario animarnos a la solidaridad y
pensar que también somos en parte responsables de su situación, si
despilfarramos recursos, maltratamos el medio ambiente, utilizamos de
forma incorrecta los medicamentos, creamos gérmenes resistentes a
los antibioticos, propagamos enfermedades contra las que no podrán
defenderse, etc.
Dicho esto, la siguiente
reflexión que me hago consiste en qué derechos tiene el ciudadano/a
que entra en mi consulta de médico de cabecera: tiene derecho a ser
recibido con educación, escuchado con atención, explorado con los
medios a mi alcance o derivándolo al especialista que precise; tiene
derecho a que reflexione con él sobre su problema de salud e
intentemos llegar a su causa, si es posible, para buscar la solución;
tiene derecho a que le proporcione el tratamiento más idóneo o el
consejo de salud más adecuado, a que le explique las diferentes
alternativas, los riesgos y beneficios de cada una de ellas, a que
escuche sus dudas y se las intente aclarar, a que tenga en cuenta sus
creencias y valores y respete sus decisiones, a la confidencialidad;
tiene derecho a que le evite las enfermedades que se puedan prevenir,
le acompañe en el dolor y la muerte cuando no se pueden evitar, en
suma tiene derecho a que le cuide, a que le cure en la medida de lo
posible y a que le acompañe, junto con todos los profesionales que
formamos el equipo sanitario.
Todo ello es necesario,
así como es imprescindible que yo esté bien formada e informada de
los últimos avances científicos, nuevos fármacos, nuevas leyes,
sistemas informáticos...
También debo registrar en
la historia del paciente todos los datos de interés, realizar
labores administrativas, como partes de baja, repetición de
recetas... Desde hace años, en el centro de salud donde trabajo,
todo esto lo hacemos en ordenador, con los quebraderos de cabeza que
a veces nos ocasiona cuando no funciona como debe..... He de decir
que de todas formas defiendo la consulta informatizada por muchas
razones que no vienen al caso.
Como pueden ver no es
fácil nuestra tarea, sobre todo si pensamos que no tenemos ni 10
minutos de media por consulta. Pero no se me depriman, porque en
atención primaria contamos con indudables ventajas y la más
importante es la cercanía y la relación continuada con los
ciudadanos/as. Si tenemos la suerte de permanecer en el mismo sitio y
somos capaces de establecer una relación de mutua confianza, podemos
salir ambos beneficiados, el ciudadano mejorando o manteniendo su
salud y el médico sintiéndose satisfecho de su labor profesional.
Ahí reside la gracia de la atención primaria y no la podemos
malograr. Para ello es necesario que todos seamos conscientes de que
los recursos humanos y materiales son limitados, que si unos abusamos
otros pierden. Debemos saber utilizar el sistema eficazmente, conocer
dónde, cuándo y de qué forma debemos acudir a él. Todos somos
responsables. En primer lugar de nuestra propia salud intentado
mantener unos hábitos saludables por el bien nuestro y el de todos.
Redactado por Vicenta Alborch
No hay comentarios:
Publicar un comentario