Con este título
sugerimos la existencia de un posible vínculo entre la Antropología
y la Medicina. Para ver cuál es la naturaleza de esa relación
empezaremos por aclarar el significado del término etnomedicina.
Veremos qué puede aportar
respecto a la concepción del cuerpo, la salud, la enfermedad, la
clasificación de las enfermedades, su etiología, los diferentes
sistemas de curación, las maneras de entender quién es un
especialista en salud... Para acabar defendiendo, tras este recorrido
-necesariamente superficial- que la etnomedicina puede ayudarnos a
desarrollar la mirada crítica así como enriquecernos con su estudio
de los distintos modelos relativos a la salud, la curación y la
enfermedad.
El
término etnomedicina1
comenzó a utilizarse por los años sesenta para denominar un
subcampo de la Antropología que se ocupaba de describir
la forma en que la gente de distintas culturas piensa y se comporta
en lo relativo a la salud, la enfermedad y la curación.
En aquél momento, la
etnomedicina se ocupaba únicamente de estudiar y describir los
sistemas de salud no occidentales y era más o menos sinónimo del
término medicina primitiva, hoy en desuso.
Así
pues, en sus comienzos el término era etnocéntrico2.
Ofrecía la descripción de una serie de prácticas y rituales de
sanación más o menos extraños y exóticos que eran condenados,
ridiculizados o simplemente ignorados por la “ciencia oficial” de
la cultura occidental, considerada claramente superior a esta
“medicina primitiva”...
Sin
embargo, hacia los años ochenta, la Antropología se hace consciente
de la necesidad de superar el prejuicio etnocentrista para
desarrollarse como disciplina rigurosa, y entonces cambia también el
enfoque de los estudios en este campo. De tal forma, que al hacer
etnomedicina, hoy en día se incluye como objeto de estudio también
a la biomedicina occidental contemporánea (BMC) como un sistema
cultural junto a los sistemas de salud de todas las demás culturas.
Esto hace especialmente interesantes las informaciones que aporta
sobre nosotros mismos, sobre nuestros esquemas culturales. Sabemos
que lo más cercano suele ser lo menos conocido, precisamente por
falta de perspectiva. El estudio transcultural3
que realiza actualmente la etnomedicina nos permite conseguir esa
distancia respecto a lo propio necesaria para lograr una mirada más
objetiva, más “desprejuicida”.
Comenzando
con lo más básico, las diversas culturas varían en el modo en que
la gente percibe el cuerpo. El pensamiento euroamericano, el nuestro,
hace hincapié -por tradición cultural- en la separación entre el
cuerpo y la mente. Dualismo que se refleja en el hecho de que la
medicina occidental tiene una categoría especial llamada
“enfermedades mentales”, que trata problemas de salud, pero
localizados sólo en la mente. Sin embargo, en otras culturas, donde
no existe la distinción mente-cuerpo, no hay categoría para las
“enfermedades mentales” y el tratamiento es más holístico.
También respecto a la distinción entre cuerpo vivo y cuerpo muerto
hay diferencias muy señaladas en todo el mundo. Son distintos los
órganos que pueden ser considerados críticos para marcar el límite
entre una y otra. En EE.UU una persona puede ser declarada muerta
mientras su corazón sigue latiendo, si se juzga que el cerebro “ha
muerto”. En otras culturas no aceptarían una definición de vida o
muerte basada en el cerebro.
Respecto a las formas de catalogar y clasificar las enfermedades, la
gran diversidad emic
(categorías propias de cada cultura) para etiquetar los problemas de
salud supone un reto para los antropólogos médicos y los
especialistas en el cuidado de la salud. Las categorías occidentales
que los expertos en biomedicina aceptan como verdaderas, exactas y
universales, muchas veces no se corresponden con las categorías de
otras culturas. Para orientarse entre tantas clasificaciones
posibles, los antropólogos médicos utilizan algunos conceptos para
poner orden. Así, por ejemplo, utilizan la dicotomía
enfermedad/dolencia.
En este modelo, enfermedad hace referencia a los problemas de salud
biológicos que son objetivos y universales, tales como bacterias,
infecciones virales o un brazo roto. Y dolencia alude a las
percepciones y dolencias específicamente culturales de los problemas
de salud. Ambos conceptos, enfermedad y dolencia, deben ser
entendidos en su contexto cultural.
Los
antropólogos han descubierto muchos problemas de salud alrededor del
mundo, a los que se refieren como síndromes específicamente
culturales, es decir, dolencias. Un síndrome específicamente
cultural es un problema de salud con un conjunto de síntomas
asociados con una cultura en particular. Factores sociales como el
estrés, el miedo o el shock son muchas veces las causas subyacentes
de síndromes específicamente culturales. Los síntomas biofísicos
pueden ser complejos y los síndromes específicamente culturales
pueden ser mortales. La somatización o in-corporación (embodiment)
es el proceso mediante el cuál el cuerpo absorbe el estrés social y
manifiesta síntomas de sufrimiento.
Ejemplos
de estos síndromes específicamente culturales son: la anorexia
nerviosa que afeccta a las jóvenes euroamericanas de clase media y
alta, aunque ahora está en proceso de globalización. Las causas son
desconocidas. Produce un desgaste del cuerpo por rechazar alimento;
la sensación de estar muy gorda y, en casos extremos la muerte. El
hikikomori afecta a los varones japoneses desde la adolescencia a la
madurez. Las causas son la presión social que padecen para triunfar
en el colegio y conseguir un puesto de trabajo. Provoca un
retraimiento agudo; dejar de prestar atención en el colegio,
encerrarse en su cuarto durante meses, a veces años. El SMJ o
síndrome del marido jubilado afecta a las mujeres japonesas con
maridos jubilados. La causa es el estrés y produce úlceras,
arrastrar las palabras, sarpullido alrededor de los ojos, pólipos en
la garganta.
En
la relación con la etiología de la enfermedad, o dicho de otra
forma, con las explicaciones causales de la salud y el sufrimiento,
el estudio transcultural pone de relieve que la biomedicina
occidental contemporánea tiende a un reduccionismo en cuanto a la
consideración del concepto “causa”, restringiéndolo a aquello
que es puramente físico o material. Lo cuál conduce, en última
instancia, a la medicalización de trastornos de salud cuya causa no
es física, con la consiguiente ineficacia de los tratamientos
aplicados. Desde otras ópticas, otros esquemas culturales, las
causas de muchos problemas de salud pueden ser no sólo físicos sino
sociales, psicológicos o incluso sobrenaturales. Por tanto la
sanación de los mismos no radica en la medicalización sino en otro
tipo de acciones o tratamientos más adecuados a la naturaleza de la
causa. La pobreza, por ejemplo, es una causa de tipo no ya social,
sino estructural, que ocasiona problemas de salud que no se curan con
medicamentos, sino erradicando la pobreza, cambiando la estructura
social que la genera. Y esto no es un problema propiamente médico.
Es más, la medicalización en estos casos puede estar obedeciendo a
intereses espurios a los auténticos intereses de la medicina. Un mal
manejo de las emociones es también causa de problemas de salud, pero
no es la medicación quien suele resolverlo, sino otro tipo de
acciones o tratamientos más integrales, más holísticos. Así,
enfoques más amplios respecto a la etiología de las enfermedades
pueden ofrecer un abanico más amplio de posibilidades para
abordarlas. Y, respecto a las creencias en lo sobrenatural y su
incidencia en la salud de las personas basta recordar los estudios ya
clásicos de Lévy-Strauss en Antropología Estructural
para hacernos
una idea de la potencia simbólica de los conjuros y los maleficios
para aquellos que creen en ellos.
En
lo referente a métodos de curación, y muy en relación con lo
anterior, el estudio transcultural muestra que además de la cura de
las dolencias corporales de un modo separado de lo social, existen
formas de entender la curación donde la colaboración del contexto
social de los individuos es esencial para la misma. O la llamada
curación humoral, propia de enfoques como la medicina védica, que
está teniendo una gran resitencia de cara a la biomedicina
occidental, muchas veces incorporándose a ella, que concibe la
enfermedad como desequilibrio corporal que puede contrarrestarse con
dietas específicas, cambios de hábitos y la ingesta de sustancias
apropiadas. Lo cuál enlaza con la “desprovechada sapiencia
botánica” de muchas culturas para el tratamiento de enfermedades.
La fitoterapia tiene todavía mucho que decir recopilando y no
dejando perder los conocimientos botánicos acumulados durante
generaciones en todas las culturas.
Para
acabar, recapitulando lo dicho, la etnomedicina en su enfoque
transcultural, puede servirnos de mucho para la sociedad cada vez más
globalizada en la que vivimos y a la que tendemos, si queremos
conservar la riqueza de la diversidad y que no perezca bajo el peso
de un proceso globalizador “fagocitador” de diversidad cultural
que impone un único patrón. Recordemos que el objetivo de la
transculturalidad no es sustitutir un modelo por otro. Se trata más
bien de que “todos ganen”. De obtener nuevos hechos culturales
mediante el eclecticismo. Hay campos en los que la biomedicina
occidental está a años luz de otras prácticas curativas y nadie
con sentido común desecharía esos logros. Pero también es cierto
que ésta presenta muchas deficiencias que, el mirar en otras
direcciones, puede ayudar a subsanar, pues están mejor resueltos
desde otros planteamientos, que coinciden con visiones más críticas
de la biomedicina occidental, no reduccionistas, que insisten en la
necesidad de “recuperar” un enfoque más holístico de la
práctica médica, considerando que la enfermedad debe abordarse como
un hecho complejo, que incluye aspectos biológicos, psicológicos y
sociales.
La
actual convivencia de culturas facilitada a su vez, por los modernos
medios de desplazamiento, migraciones, comunicación e información,
puede ser un elemento fundamental que contribuya a la maduración de
la Humanidad, manifestada en el acuerdo, respeto y promoción de unos
valores universales por encima de peculiaridades de etnias.
1
El término etnia
procede del griego “έθνος”
cuyo significado es pueblo o nación, esto es, un conjunto de
personas que comparten rasgos culturales.
2
El término etnocentrismo es un concepto elaborado por la
Antropología para refererirse a la tendencia que lleva a una
persona o grupo social a interpretar la realidad según sus propios
patrones o esquemas culturales. Tendencia que aparece unida a la
convicción de que la propia etnia y sus prácticas culturales son
superiores a los comportamientos de otros grupos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarElvira, me ha parecido muy interesante tu publicación. Me ha recordado el trabajo de campo que tuve que hacer en mi época de estudiante para la asignatura Historia de la Medicina sobre "Folkmedicina". Se trataba de indagar las diferentes creencias y opiniones que las gentes tenían sobre aspectos de la enfermedad y sus remedios. Desde entonces, intento tener esto en cuenta antes de dar una información sanitaria o proponer un tratamiento a un paciente en particular.
ResponderEliminarHoy en día, cuando atendemos a diario a personas de muy diferentes orígenes culturales, es muy relevante tener presente la etnomedicina para ofrecer una adecuada atención.
Gracias Elvira, me ha gustado recordar que no somos el ombligo del mundo y que nuestra mente debe estar abierta a otras formas de percibir la salud y la enfermedad. La distinción entre enfermedad y dolencia la vemos en nuestras consultas cuando personas que sufren por su situación social, familiar, económica... vienen solicitando ayuda y sabemos que lo que podemos ofrecerles nosotros como sanitarios es tan poco... Al menos debemos escuchar, empatizar con ellas, ayudarles a aclarar sus ideas e intentar no hacer una mal uso de los fármacos que les enturbie la mente más que se la despeje.
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