lunes, 15 de diciembre de 2014

ANTROPOLOGÍA Y MEDICINA



Con este título sugerimos la existencia de un posible vínculo entre la Antropología y la Medicina. Para ver cuál es la naturaleza de esa relación empezaremos por aclarar el significado del término etnomedicina. Veremos qué puede aportar respecto a la concepción del cuerpo, la salud, la enfermedad, la clasificación de las enfermedades, su etiología, los diferentes sistemas de curación, las maneras de entender quién es un especialista en salud... Para acabar defendiendo, tras este recorrido -necesariamente superficial- que la etnomedicina puede ayudarnos a desarrollar la mirada crítica así como enriquecernos con su estudio de los distintos modelos relativos a la salud, la curación y la enfermedad.
El término etnomedicina1 comenzó a utilizarse por los años sesenta para denominar un subcampo de la Antropología que se ocupaba de describir la forma en que la gente de distintas culturas piensa y se comporta en lo relativo a la salud, la enfermedad y la curación.
En aquél momento, la etnomedicina se ocupaba únicamente de estudiar y describir los sistemas de salud no occidentales y era más o menos sinónimo del término medicina primitiva, hoy en desuso.
Así pues, en sus comienzos el término era etnocéntrico2. Ofrecía la descripción de una serie de prácticas y rituales de sanación más o menos extraños y exóticos que eran condenados, ridiculizados o simplemente ignorados por la “ciencia oficial” de la cultura occidental, considerada claramente superior a esta “medicina primitiva”...
Sin embargo, hacia los años ochenta, la Antropología se hace consciente de la necesidad de superar el prejuicio etnocentrista para desarrollarse como disciplina rigurosa, y entonces cambia también el enfoque de los estudios en este campo. De tal forma, que al hacer etnomedicina, hoy en día se incluye como objeto de estudio también a la biomedicina occidental contemporánea (BMC) como un sistema cultural junto a los sistemas de salud de todas las demás culturas. Esto hace especialmente interesantes las informaciones que aporta sobre nosotros mismos, sobre nuestros esquemas culturales. Sabemos que lo más cercano suele ser lo menos conocido, precisamente por falta de perspectiva. El estudio transcultural3 que realiza actualmente la etnomedicina nos permite conseguir esa distancia respecto a lo propio necesaria para lograr una mirada más objetiva, más “desprejuicida”.

 Comenzando con lo más básico, las diversas culturas varían en el modo en que la gente percibe el cuerpo. El pensamiento euroamericano, el nuestro, hace hincapié -por tradición cultural- en la separación entre el cuerpo y la mente. Dualismo que se refleja en el hecho de que la medicina occidental tiene una categoría especial llamada “enfermedades mentales”, que trata problemas de salud, pero localizados sólo en la mente. Sin embargo, en otras culturas, donde no existe la distinción mente-cuerpo, no hay categoría para las “enfermedades mentales” y el tratamiento es más holístico. También respecto a la distinción entre cuerpo vivo y cuerpo muerto hay diferencias muy señaladas en todo el mundo. Son distintos los órganos que pueden ser considerados críticos para marcar el límite entre una y otra. En EE.UU una persona puede ser declarada muerta mientras su corazón sigue latiendo, si se juzga que el cerebro “ha muerto”. En otras culturas no aceptarían una definición de vida o muerte basada en el cerebro. 
 
Respecto a las formas de catalogar y clasificar las enfermedades, la gran diversidad emic (categorías propias de cada cultura) para etiquetar los problemas de salud supone un reto para los antropólogos médicos y los especialistas en el cuidado de la salud. Las categorías occidentales que los expertos en biomedicina aceptan como verdaderas, exactas y universales, muchas veces no se corresponden con las categorías de otras culturas. Para orientarse entre tantas clasificaciones posibles, los antropólogos médicos utilizan algunos conceptos para poner orden. Así, por ejemplo, utilizan la dicotomía enfermedad/dolencia. En este modelo, enfermedad hace referencia a los problemas de salud biológicos que son objetivos y universales, tales como bacterias, infecciones virales o un brazo roto. Y dolencia alude a las percepciones y dolencias específicamente culturales de los problemas de salud. Ambos conceptos, enfermedad y dolencia, deben ser entendidos en su contexto cultural.
Los antropólogos han descubierto muchos problemas de salud alrededor del mundo, a los que se refieren como síndromes específicamente culturales, es decir, dolencias. Un síndrome específicamente cultural es un problema de salud con un conjunto de síntomas asociados con una cultura en particular. Factores sociales como el estrés, el miedo o el shock son muchas veces las causas subyacentes de síndromes específicamente culturales. Los síntomas biofísicos pueden ser complejos y los síndromes específicamente culturales pueden ser mortales. La somatización o in-corporación (embodiment) es el proceso mediante el cuál el cuerpo absorbe el estrés social y manifiesta síntomas de sufrimiento.
Ejemplos de estos síndromes específicamente culturales son: la anorexia nerviosa que afeccta a las jóvenes euroamericanas de clase media y alta, aunque ahora está en proceso de globalización. Las causas son desconocidas. Produce un desgaste del cuerpo por rechazar alimento; la sensación de estar muy gorda y, en casos extremos la muerte. El hikikomori afecta a los varones japoneses desde la adolescencia a la madurez. Las causas son la presión social que padecen para triunfar en el colegio y conseguir un puesto de trabajo. Provoca un retraimiento agudo; dejar de prestar atención en el colegio, encerrarse en su cuarto durante meses, a veces años. El SMJ o síndrome del marido jubilado afecta a las mujeres japonesas con maridos jubilados. La causa es el estrés y produce úlceras, arrastrar las palabras, sarpullido alrededor de los ojos, pólipos en la garganta.
En la relación con la etiología de la enfermedad, o dicho de otra forma, con las explicaciones causales de la salud y el sufrimiento, el estudio transcultural pone de relieve que la biomedicina occidental contemporánea tiende a un reduccionismo en cuanto a la consideración del concepto “causa”, restringiéndolo a aquello que es puramente físico o material. Lo cuál conduce, en última instancia, a la medicalización de trastornos de salud cuya causa no es física, con la consiguiente ineficacia de los tratamientos aplicados. Desde otras ópticas, otros esquemas culturales, las causas de muchos problemas de salud pueden ser no sólo físicos sino sociales, psicológicos o incluso sobrenaturales. Por tanto la sanación de los mismos no radica en la medicalización sino en otro tipo de acciones o tratamientos más adecuados a la naturaleza de la causa. La pobreza, por ejemplo, es una causa de tipo no ya social, sino estructural, que ocasiona problemas de salud que no se curan con medicamentos, sino erradicando la pobreza, cambiando la estructura social que la genera. Y esto no es un problema propiamente médico. Es más, la medicalización en estos casos puede estar obedeciendo a intereses espurios a los auténticos intereses de la medicina. Un mal manejo de las emociones es también causa de problemas de salud, pero no es la medicación quien suele resolverlo, sino otro tipo de acciones o tratamientos más integrales, más holísticos. Así, enfoques más amplios respecto a la etiología de las enfermedades pueden ofrecer un abanico más amplio de posibilidades para abordarlas. Y, respecto a las creencias en lo sobrenatural y su incidencia en la salud de las personas basta recordar los estudios ya clásicos de Lévy-Strauss en Antropología Estructural para hacernos una idea de la potencia simbólica de los conjuros y los maleficios para aquellos que creen en ellos.
En lo referente a métodos de curación, y muy en relación con lo anterior, el estudio transcultural muestra que además de la cura de las dolencias corporales de un modo separado de lo social, existen formas de entender la curación donde la colaboración del contexto social de los individuos es esencial para la misma. O la llamada curación humoral, propia de enfoques como la medicina védica, que está teniendo una gran resitencia de cara a la biomedicina occidental, muchas veces incorporándose a ella, que concibe la enfermedad como desequilibrio corporal que puede contrarrestarse con dietas específicas, cambios de hábitos y la ingesta de sustancias apropiadas. Lo cuál enlaza con la “desprovechada sapiencia botánica” de muchas culturas para el tratamiento de enfermedades. La fitoterapia tiene todavía mucho que decir recopilando y no dejando perder los conocimientos botánicos acumulados durante generaciones en todas las culturas.


Para acabar, recapitulando lo dicho, la etnomedicina en su enfoque transcultural, puede servirnos de mucho para la sociedad cada vez más globalizada en la que vivimos y a la que tendemos, si queremos conservar la riqueza de la diversidad y que no perezca bajo el peso de un proceso globalizador “fagocitador” de diversidad cultural que impone un único patrón. Recordemos que el objetivo de la transculturalidad no es sustitutir un modelo por otro. Se trata más bien de que “todos ganen”. De obtener nuevos hechos culturales mediante el eclecticismo. Hay campos en los que la biomedicina occidental está a años luz de otras prácticas curativas y nadie con sentido común desecharía esos logros. Pero también es cierto que ésta presenta muchas deficiencias que, el mirar en otras direcciones, puede ayudar a subsanar, pues están mejor resueltos desde otros planteamientos, que coinciden con visiones más críticas de la biomedicina occidental, no reduccionistas, que insisten en la necesidad de “recuperar” un enfoque más holístico de la práctica médica, considerando que la enfermedad debe abordarse como un hecho complejo, que incluye aspectos biológicos, psicológicos y sociales.
La actual convivencia de culturas facilitada a su vez, por los modernos medios de desplazamiento, migraciones, comunicación e información, puede ser un elemento fundamental que contribuya a la maduración de la Humanidad, manifestada en el acuerdo, respeto y promoción de unos valores universales por encima de peculiaridades de etnias.


1 El término etnia procede del griego “έθνος” cuyo significado es pueblo o nación, esto es, un conjunto de personas que comparten rasgos culturales.
2 El término etnocentrismo es un concepto elaborado por la Antropología para refererirse a la tendencia que lleva a una persona o grupo social a interpretar la realidad según sus propios patrones o esquemas culturales. Tendencia que aparece unida a la convicción de que la propia etnia y sus prácticas culturales son superiores a los comportamientos de otros grupos.
3Se entiende por transculturalidad un proceso de acercamiento entre las culturas diferentes, que busca establecer vínculos más arriba y más allá de la cultura misma en cuestión, creando hechos culturales nuevos que nacen del sincretismo.

3 comentarios:

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  2. Elvira, me ha parecido muy interesante tu publicación. Me ha recordado el trabajo de campo que tuve que hacer en mi época de estudiante para la asignatura Historia de la Medicina sobre "Folkmedicina". Se trataba de indagar las diferentes creencias y opiniones que las gentes tenían sobre aspectos de la enfermedad y sus remedios. Desde entonces, intento tener esto en cuenta antes de dar una información sanitaria o proponer un tratamiento a un paciente en particular.
    Hoy en día, cuando atendemos a diario a personas de muy diferentes orígenes culturales, es muy relevante tener presente la etnomedicina para ofrecer una adecuada atención.

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  3. Gracias Elvira, me ha gustado recordar que no somos el ombligo del mundo y que nuestra mente debe estar abierta a otras formas de percibir la salud y la enfermedad. La distinción entre enfermedad y dolencia la vemos en nuestras consultas cuando personas que sufren por su situación social, familiar, económica... vienen solicitando ayuda y sabemos que lo que podemos ofrecerles nosotros como sanitarios es tan poco... Al menos debemos escuchar, empatizar con ellas, ayudarles a aclarar sus ideas e intentar no hacer una mal uso de los fármacos que les enturbie la mente más que se la despeje.

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