El
21 de febrero del 2015 se publicaban estos emotivos artículos en los que el
escritor y neurólogo Oliver Sacks anunciaba que padece cáncer terminal y que le
queda poco tiempo de vida, tanto en el periódico The New York Times como en El
País, os adjunto aquí los links
He escogido estos artículos porque me resultan
muy cercanos a la película “Las Alas de la Vida”, reflejan gran sabiduría y una
lección de vida, y me conducen a reflexionar sobre la aproximación al final de
la vida y el camino a la muerte de una forma serena y humana siendo muy
consciente de la enfermedad.
“Debo decidir cómo vivir los meses que
me quedan. Tengo que vivirlos de manera más rica, intensa y productiva que
pueda”, dice Sacks.
Oliver Sacks nacido en Londres en 1933 es un neurólogo y
escritor británico graduado en medicina por la Universidad de Oxford, es conocido
por sus libros sobre los efectos de los trastornos neurológicos basados en las
experiencias reales de sus pacientes, seguro que os suena el título “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” publicado en 1985.
En 1960 viajó a Estados Unidos para
especializarse en neurología y en el 65 aceptó un puesto como profesor en el
Colegio de Medicina Albert Einstein y se estableció en Nueva York, donde ha
desarrollado toda su carrera como profesor y doctor, su experiencia con casos de migrañas fue la
base de su primer libro “Migraña”(1970), mientras acababa ese libro, empezó a
trabajar en el Hospital Beth Abraham de Nueva York, en el Bronx, en el que entró en contacto con varios supervivientes de la epidemia mundial de encefalitis letárgica, una
enfermedad del sueño que apareció a finales de la década de 1910 y principios
de la de 1920. Los enfermos, sumidos en un sueño profundo comparable a la
muerte, padecían diferentes grados de incapacidad para hablar, andar o
alimentarse. En 1969, Sacks empezó a administrar a sus pacientes una nueva
sustancia experimental llamada L-dopa con resultados extraordinarios en la
recuperación de las facultades de los enfermos. Sin embargo, la droga milagrosa
que había logrado "resucitar" a los afectados comenzó a fallar al
cabo de un periodo de tiempo y las víctimas de encefalitis letárgica regresaron
a su estado previo. Esta experiencia fue la base del libro “Awakenings,”
“Despertares” (1973), adaptado al cine en 1990 por una película del mismo
nombre, nominada a varios Oscar y protagonizada por Robin Williams y Robert De
Niro.
En 1974, mientras practicaba senderismo en Noruega,
sufrió una lesión severa en su pierna izquierda que le dejó sin sensibilidad.
La lenta mejora en la recuperación de la sensibilidad de su pierna inspiró la
memoria “Con una sola pierna” (1984).
Desde entonces, y gracias a su extraordinaria
habilidad para describir los fenómenos que alteran el sistema nervioso humano,
ha logrado vender millones de libros sobre sus casos clínicos.
Desde 1966, Sacks trabajó como consultor neurológico
en varios asilos de ancianos de Nueva York atendidos por la congregación de las
Hermanitas de los Pobres, y fue neurólogo consultor en el Centro Psiquiátrico
de Bronx.
En 2007 se unió
a la facultad del Centro Médico de la Universidad de Columbia como profesor de
neurología y psiquiatría y []regresó
a la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York en 2012 para
desempeñarse como profesor de neurología y neurólogo consultor en el Centro de
Epilepsia de la institución. El trabajo de Sacks en Beth Abraham ayudó a sentar
las bases sobre las que el Instituto para la Música y la Función Neurológica
(IMNF, por sus siglas en inglés) se construyó.
Actualmente es un consejero médico honorario por sus contribuciones en apoyo
de la terapia musical y el efecto de la música sobre el cerebro humano y la
mente y continua siendo neurólogo consultor de las Hermanitas de los Pobres y
practicante en la ciudad de Nueva York, además de miembro de las juntas
directivas del Instituto de Neurociencias y el Jardín Botánico de Nueva York.
En estos artículos Sacks relata con optimismo que
padece un cáncer terminal y que le quedan semanas de vida:
“EL
TIEMPO QUE ME QUEDA TENDRÉ QUE ARREGLAR MIS CUENTAS CON EL MUNDO”
Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso
francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día.
Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis
múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco
frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a
los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy
raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al
desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de
buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el
momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de
mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no
puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan.
Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me
sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume,
que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve
autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida:
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco
dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no
ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio
y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los
80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el
trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado
una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se
publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento
dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de
sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis
pasiones”.
En este aspecto soy
distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo
auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca)
que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente,
de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis
pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la
que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más
desapego por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si
la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una
percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora
bien, ello no significa que la dé por
terminada.
Por el contrario, me
siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda,
estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir
más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión
y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas
con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso
para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo
tiempo para nada que sea superfluo. Debo
dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el
informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención
a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es
indiferencia sino distanciamiento;
sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las
desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me
alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y
diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas
manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años,
de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya
de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un
desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como
nosotros, pero, por supuesto, nunca hay
nadie igual a otros. Cuando una
persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede
llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es
ser un individuo único, trazar su propio
camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo
fingir que no tengo miedo. Pero el
sentimiento que predomina en mí es la gratitud.
He amado y he sido amado; he recibido
mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito.
He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los
lectores.
Y, sobre todo, he
sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso,
por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Con esta última frase tan optimista se despide en este
artículo, personalmente me parece una bonita forma de aceptar la muerte, vivir
el presente y lo que realmente importa en la vida.